¿Cómo se viven unos ejercicios espirituales desde dentro?
Creas
o no creas en Dios hay experiencias que hay que vivir. Este fin de semana
pasado me adentré en unos ejercicios espirituales que algunas congregaciones
religiosas organizan para todo aquel que quiera ir, siempre que haya
pertenecido a la congregación de alguna u otra manera y tenga más de 14 años.
¿El
objetivo principal de estos encuentros de fin de semana? En principio,
encontrarse con Dios, pero no es solo con Él con quien te encuentras. Te encuentras
también contigo mismo, porque durante tres días tienes todo el tiempo del mundo
para pensar en ti y reflexionar sobre quién eres y qué quieres. Y esto se
traduce en un sinfín de lágrimas de alegría y de tristeza al pensar en
absolutamente todo lo que te ha pasado a lo largo de tu vida: en quién tienes a
tu lado, en quién no, en lo que quieres, en lo que tienes…
Ahora
voy a contar mi experiencia. Es la tercera o cuarta vez que voy y cada año es
diferente y especial. Cuando llegas el viernes a Granada todo el mundo te
recibe con los brazos abiertos, te conozca o no, y solo eso ya te llena de
energía y te recuerda lo especial que es estar allí con ellas durante tres
días. Y sí, digo con ellas porque son
monjas que están en una escuela hogar dando su vida a los niños que lo
necesitan y que durante el fin de semana te acogen a ti, como uno más.
Y
no penséis con monjas que son mujeres mayores que van vestidas con hábitos y te
obligan a comerte todo aunque vomites. Son monjas, jóvenes (de 20 años) y
mayores, que están llenas de energía, con mucho amor y cariño por dar y que lo
único que quieren es que todos, ellas y nosotros, lo pasemos bien y nos unamos.
Y cuando hay un grupo de 22 jóvenes que hacen que esto sea posible todo se
traduce en felicidad.
El
viernes por la noche el objetivo es conocerse. Conocer a 21 jóvenes y a 5
monjas que formarán parte de tu vida
para siempre y de las que conoces cosas que quizá gente con la que conviven no
sabe. Y después un juego en el que Dios y la Virgen están presentes pero de una
forma que no te das ni cuenta y en el que sigues conociendo a tus compañeros
mientras juegas: ayudas a otro con los ojos tapados a pasar un laberinto de
cuerdas, le pones un pañal, lo llevas en brazos y creas un vínculo con él o
ella que difícil es de romper.
El
sábado y el domingo se siguen haciendo dinámicas, se cantan canciones que todos
conocemos y se intenta innovar. Una dinámica que me gustó bastante es una de
mirar al compañero a los ojos e intentar transmitirle sensaciones positivas
solo con los ojos. Creo que una de las razones por las que en general mucha
gente no se lleva bien es porque se dejan llevar por una primera mirada. Esa primera
mirada es la que marca la diferencia y la que determinará si te vas a acercar a
esa persona o no. Una mala mirada puede sacrificar una relación para siempre,
aunque no sea intencionada o no sea lo que se pretende transmitir, pero la otra
persona no lo sabe.
La
hora de las comidas es de lo mejor del fin de semana. La oportunidad de comer,
que siempre es sinónimo de felicidad, y la oportunidad de reunirte alrededor de
la mesa con gente a la que quieres y a quien no ves muy a menudo. Pasa de todo.
Gente que come menos y se lo da al compañero, gente que hace bromas y echa sal
en el agua, gente que ríe y hace reír, gritos de mesa a mesa, bailes, canciones…
Un momento para despejarse y ser feliz.
Y
cuando llega el domingo por la mañana y llega la hora de despedirse, te das
cuenta de todos los regalos que durante tres días has ido recibiendo sin darte
cuenta. Uno de los mayores regalos que recibí era ver cómo aún hay jóvenes a
los que les podemos confiar el futuro. Tengo 20 años y unos valores muy
definidos, pero no confiaba en que adolescentes de 14, 15 o 16 años los
tuvieran. Me he dado cuenta de que estén más alocados o menos, hagan unas cosas
u otras dentro o fuera de estos ejercicios, saben distinguir entre lo que está
bien y lo que está mal, saben cómo merecen ser tratados y cómo se merecen ser
tratados los demás, valoran la amistad y la familia, valoran el amor, el
cariño, cada beso, cada abrazo y cada palabra que les ayude a mejorar y
evolucionar. Y saben ponerse serios y reflexionar cuando es el momento, y
bailar, hacer bromas, cantar, gritar… cuando es el momento. Y saben
distinguirlos.
Otros
regalos son precisamente los que he dicho: bromas internas con algunos de mis
compañeros, las sonrisas que te regalan cuando ven que eres tímida, los abrazos
cuando estás bien o cuando estás mal, los bailes. Todo el fin de semana es en
sí un regalo que solo recibes una vez al año, cuando vas allí.
Entiendo
que no todo el mundo crea en Dios y que no encuentren nada especial en pasar un
fin de semana rodeados de Él, pero es que no solo es eso. Cuando digo que voy a
unos ejercicios espirituales que organiza mi colegio de monjas, la tendencia
suele ser la risa y la broma porque creen que vamos solo a rezar y a meditar,
pero es mucho más. Es una convivencia con gente que, por una u otra razón, no
encuentras en tu día a día. Gente muy especial que brilla sin quererlo, y el
brillo de todos crea algo muy bonito imposible de describir. Yo me siento muy
afortunada de poder vivir experiencias como esta, y creo que tengo mucha suerte
al poder vivirlo. Por eso si tienes la oportunidad no la dejes pasar, porque
crecerás como persona, conocerás gente nueva y serás más tú que nunca. Y si
estás perdido y no sabes qué hacer, te lo recomiendo aún más. Podrás reflexionar
y pensar, algo que muchas veces en la rutina es imposible porque no paramos de
hacer cosas y no nos detenemos a pensar en qué estamos haciendo y qué queremos
hacer en realidad.
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