Málaga quiso volar bajo tus alas... y voló


Fuente: GRUPO MUNDO

«Tengo un puñal de arena fina. Extiéndela por tu camino. Baja hasta el fondo de tu alma y comprenderás que en la vida solo manda el destino». Así nace la magia en un auditorio a rebosar, y ya nunca más se desvanece. Te vas con ella para casa, dentro de ti después de disfrutar durante hora y media del placer de recogerla y guardarla a buen recaudo.

A las diez de la noche Málaga ya va oliendo a ella, a una gaditana que es capaz de que miles de malagueños griten efusivamente un “Olé” como respuesta a un “¡Qué viva Cádiz!”. Y cuanto menos queda para el concierto, más y mejor se va notando de lo que va todo esto. En una época en la que muchos artistas tienen un público joven para el que la imagen es fundamental, los que van a ver a Niña Pastori ven mucho más allá. Independientemente de la calidad de todo lo que rodea a María, y de ella en sí, la música es lo primero. Y eso se siente en la banda, y se siente en el público.

Éxito tras éxito. Temazo tras temazo. Tanto que nadie se puede perder ni un segundo de cada canción. Tanto que, si una chica tiene que salir un momento, anda y graba a la vez todo lo que sucede en el escenario. Tanto que, si no tienes nadie con quien ir, te regalas una noche contigo misma y con la música, que no es poco.

La naturalidad prima en Niña Pastori, que, con sus bailes, sus palabras, su ropa incluso, pero sobre todo con su voz, conquista. Y conquista porque sabe cómo llevarte. En un segundo pasas de bailar al ritmo de Cuba a conmoverte con clásicos de los que nadie se cansa como Cai o Cuando nadie me ve, pasando también por la rumba y la bulería. Con cada canción una emoción nueva, y si cierras los ojos son más todavía. Se te coge el pecho y se te hace un nudo en la garganta que, como mínimo, te impide seguir cantando.

Y de la naturalidad a la cercanía. Con su banda y con el público, a quien no ha parado de dedicar corazones, y a quien no ha parado de mirar, señalar y sonreír. Con el apoyo a su guitarrista Manuel Urbina que, aunque no tenía su mejor día, estaba ahí dando lo mejor de sí mismo con el aplauso de todos los presentes.

Después de levantar a la gente y dejarla bailando y cantando “Para qué vivir sin ilusiones” y después de haber vivido todas las emociones habidas y por haber, las luces del escenario se apagan y el espectáculo termina. ¿Y ahora qué? Ahora coges el coche, te vas a casa y, por el camino, piensas en la suerte que tienes de poder disfrutar de la música, de poder disfrutar de un buen directo, de poder disfrutar de Niña Pastori, y de poder estar bajo sus alas. Gracias a la vida y gracias a ti, María.

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